public.

Parabola de la Gallinita Roja (enseñanzas economicas)

Estas son las experiencias de una gallinita roja, de autor desconocido, que valen la pena conocer por su semejanza con la realidad:
“Érase una vez una gallinita roja que estaba escarbando en el patio de la granja, cuando descubrió unos granos de trigo. Entonces llamó a sus vecinos y les dijo:
Si plantamos este trigo tendremos pan para comer. ¿Quién me ayuda a plantarlo?
- Yo no – dijo la vaca.
- Yo no – dijo el pato.
- Yo no – dijo el cerdo.
- Yo no – dijo el ganso.
- Entonces lo haré yo – dijo la gallinita, y lo hizo.

El trigo creció espigado y maduró en dorados granos.
¿Quién me ayuda a segar el trigo? – preguntó la gallinita.
- Yo no – dijo el pato.
- Fuera de mi clasificación – dijo el cerdo.
- Afecta a mi antigüedad – dijo la vaca.
- Perdería mi prima de bienestar – dijo el pato.
- Yo soy un marginado, y nunca aprendí a hacerlo – dijo el cerdo.
- Si yo soy el único en ayudar, eso es discriminación – dijo el ganso.
- Entonces lo haré yo – dijo la gallinita.

Horneó cinco panes y los levantó para que sus vecinos los vieran. Entonces todos quisieron pan, y de hecho exigieron una participación, pero la gallinita les dijo:
- No, yo puedo comerme sola el pan.
- Provecho excesivo – exclamó la vaca.
- Sanguijuela capitalista – gritó el pato.
- Yo exijo igualdad de derechos – vociferó el ganso.

Y el cerdo tan solo gruñó.
Pintaron entonces letreros de ‘injusticia’ y marcharon al rededor de la gallinita gritando obscenidades.
Cuando llegó el agente del Gobierno, le dijo a la gallinita roja:
- Usted no debería ser glotona.
- Pero si yo me gané el pan – respondió la gallinita.
- Exactamente – dijo el agente – Ése es el maravilloso sistema de la libre empresa. Cualquiera en el patio de la granja puede ganar tanto como quiera. Pero bajo nuestras regulaciones modernas, los trabajadores productivos deben compartir sus productos con los ociosos.

Y todos vivieron muy felices desde entonces, incluyendo a la gallinita roja, quien sonrió y cloqueó:
- Con mucho gusto.

Pero sus vecinos se preguntaban por qué la gallinita roja nunca más volvió a hornear pan...” 

Asi es en un sistema libre, quien trabaja puede prosperar y tener cosas diferentes. en un sistema intervenido o socialista desmotiva a un emprendedor ya que el sistema es cerrado y no existe recompenza al que trabaja duro.

Proreforma en Guatemala. Una Solucion.

Se repite y se vuelve a mencionar que no es el gobernante sino el sistema el que se ha complicado en Guatemala y es disfuncional, el proyecto pro/Reforma que empezo Manuel Ayau ha sido y es una solucion a muchas problematicas de el Pais guatemalteco.

Ojala podamos sostener o elevar a este pais que va en un deterioro muy acelerado.


AMOR DE UN VERANO. Carta a mi querido maestro, Dr. Joe Keckeissen / Alberto Mansueti


Muy apreciado Doctor:


AMOR DE UN VERANO 
El desencanto con el liberalismo clásico
Carta a mi querido maestro, Dr. Joe Keckeissen 
Lima, 4 de Julio de 2010 


Saludos cordiales Profesor. Me pide Ud. poner por escrito las reflexiones que le compartí algunas tardes en el Salón de Profesores de la Universidad Francisco Marroquín --y que Ud. tuvo la generosidad de escuchar y comentar-- sobre cómo y por qué nuestra prédica liberal no arraiga en los estudiantes, ni en la gente en general, y la UFM se aleja del liberalismo clásico.
Aquí van, por lo que pudieran servir, y para lo que Ud. crea conveniente y oportuno. En agradecimiento por su paciencia y su interés, y por las insuperables clases privadas de Economía austriana que Ud. tuvo a bien brindarme en esas sesiones.
Con una invitación: le esperamos en la Escuela Latinoamericana de Gobierno (ELG) de Lima, para dictarnos su Seminario sobre “La Acción Humana”.

Hoy 4 de Julio, aniversario de la Independencia de su país, EEUU, tal vez no casualmente.

Suyo en el nombre de N. S. Jesucristo,
Alberto Mansueti
albertomansueti@hotmail.com

Introducción 
I. El problema 
II. Dos preguntas sin respuesta 
III. La causa de fondo 
IV. Factores adicionales 

  • 1. “Libertad” aislada 
  • 2. ¿Argumentos morales o económicos? 
  • 3. Relativismo 
  • 4. “Tolerancia”, ¿amplitud o vaguedad retórica? 
  • 5. Vacío de programas 
  • 6. Confusiones: Economía “social” de mercado y “Neo” liberalismo 
  • 7. Anarco-capitalismo 
  • 8. Keynes está muerto, y Mises y Hayek 
  • 9. Asunto espinoso: la religión 
  •  10. Bondad natural del hombre o la noción del pecado 
  • 11. Interminables discusiones 
  • 12. Un obstáculo muy duro: las exigencias de la vida 

V. Y otra seria disonancia 
¿Conclusión? 

### Introducción
Hace 20 años, caído el Muro de Berlín y colapsando la URSS, muchos liberales creyeron ver el libre mercado a la vuelta de la esquina. (Fukuyama dixit). Sin embargo, ahora, lo contrario es lo que hay: estatismo y socialismo por doquier, en Latinoamérica y el “Tercer Mundo”, así como en el Primer Mundo, y en el ex Segundo. Y lo que es peor: bajo nuevas formas, más escondidas, más sutiles, insidiosas y perversas. Quienes nos identificamos con el Liberalismo Clásico, y nos dedicamos a enseñarlo, difundirlo y promoverlo, tenemos mucho que revisar y corregir. No la doctrina ni las políticas, pero sí los métodos de trabajo, objetivos y metas, cursos de acción, algunos supuestos e hipótesis acercade nuestra labor, y muchas de nuestras formas habituales de pensar y hacer las cosas.

### I. El problema
Casi en cada ciudad latinoamericana hay un grupo de liberales y libertarios. Siempre pequeño,porque no crece. Y no es por falta de gente que llegue: en las reuniones y actividades siempre hay “nuevos” y “nuevas”, jóvenes y no tanto, de diversas capas y orígenes sociales, y con distintas experiencias educativas y rofesionales. Se interesan por el liberalismo, y quieren conocerlo. Y lo hacen, a través de lecturas de Mises, Hayek y otros autores, o de cursos, seminarios y talleres más o menos sistemáticos que se les ofrecen.
Pero casi toda esa gente, pasados cierto tiempo y el entusiasmo inicial, deja de asistir y se aleja. Y quedan así los de siempre, solos con sus libros y artículos.
La Universidad Francisco Marroquín de Guatemala fue fundada en los principios del liberalismo clásico, hace 39 años. Pero desde hace un tiempo, buena parte de sus egresados no comparten esos postulados, y muchos los adversan y hasta detestan, con poca diferencia entre graduados de Economía y Negocios, Derecho y Ciencias Políticas, y de otras carreras. Si como estudiantes en la “Marro” alguna vez suscribieron al pensamiento de las Escuelas de Viena o Chicago, una vez fuera, en su mayoría se han convertido (o reconvertido) al estatismo. Y recientemente, cada vez más alumnos declaran en las aulas y abiertamente sus puntos de vista no liberales y antiliberales; no esperan a graduarse para hacerlo, como antes.
Por otra parte, en el cuadro y la dinámica política de Guatemala (el contexto inmediato de la UFM), no se observan diferencias sustanciales con cualquier otro país latinoamericano, con el consabido predominio del pensamiento de izquierda, y del estatismo, en sus fórmulas mercantilistas y/o socialistas.
En este ambiente, no es fácil para los profesores defender los postulados originales que identificaron a la Universidad. Afectados por la impopularidad, muchos docentes sucumben a la tentación de acompañar a sus estudiantes en sus sentimientos, especialmente si no son suficientemente sólidos en el ideario liberal clásico.
Este problema tiene una trágica consecuencia: si entre la mayoría de los egresados de la UFM (y muchos de sus profesores) el liberalismo clásico no es popular, ¿qué cabe esperar del resto de la sociedad? ¿Las buenas ideas no llegan a la gente, y la verdad no se impone por sí misma? Y si eso es en Guatemala, sede de la UFM, ¿qué cabe esperar en las demás naciones latinoamericanas?

### II. Dos preguntas sin respuesta
Estoy familiarizado con casi todos los grupos dedicados en América Latina a la enseñanza, promoción y difusión de nuestro ideario, y en todos he sido testigo del mismo fenómeno. Y la UFM no es un micro-círculo; pero no es una excepción a este hecho. Es una Universidad, y por ello se da en magnitudes más crecidas, y con modalidades específicas, pero su naturaleza es la misma, y es ésta: cuando a alguien se le exponen las ideas liberales y las comprende, les presta su asentimiento, pero su adhesión es por lo general efímera, no duradera. Y entre estudiantes especialmente, es como “amor de un verano”.
¿Por qué esa fugacidad? Básicamente porque no hay respuesta convincente a dos preguntas, que toda persona hace apenas conoce el liberalismo, y se siente en principio atraída. Las preguntas son: 1) “¿Y en cuál país se aplican estas ideas tan excelentes?” 2) “¿Y en nuestro país cuáles partidos o figuras políticas sostienen, defienden e impulsan estos ideales tan preciosos?” Las respuestas son: “Ningún país, ningún partido, ninguna figura política”.

¡Ooops! La persona se sorprende. Pasa un tiempo indagando las razones, y no las encuentra, o no las halla claras y concluyentes. Entonces se enfría su entusiasmo. Piensa de esta forma: “Algo raro, malo o erróneo debe haber con esto que casi todo el mundo adversa, que no se aplica en nación alguna, y que en mi país ningún partido o figura política de relevancia sostiene. Además, como profesional voy a desempeñarme en un ambiente que practica otros principios, reglas y valores, que a las ideas liberales aborrece, y a los liberales repudia”. Y así de este modo decae su interés; y ya no se toma el trabajo de seguir preguntando e investigando. Salvo casos excepcionales, por supuesto; pero las excepciones, ya sabemos, confirman la regla. A la regla le llamo “efecto demostración negativo”.

### III. La causa de fondo
En libros y escritos he señalado que a mi juicio la raíz del mal es el grave error de los liberales que han visto el estudio como inconciliable con la acción política, y creyendo obligatorio optar entre uno y otra, han escogido ocuparse exclusivamente del primero y no de la segunda, que de este modo queda abandonada al estatismo y al socialismo.
En 1947, fundando la Mont Pelerin Society, Friedrich Hayek aconsejó a Sir Anthony Fisher consagrarse a la actividad puramente intelectual y académica, y le desalentó a incursionar en la arena política. Creía Hayek que los liberales recuperarían las cátedras universitarias, perdidas durante el curso de dos guerras mundiales, y en el lapso de hegemonía totalitaria entre una y otra. Y que desde los claustros, su influencia se esparciría en el resto de la sociedad, incluso la política. Hoy, a más de 60 años de distancia, la Mont Pelerin es apenas un club social, sin peso, influencia ni presencia en la política, ¡y tampoco en las universidades! (Excepto la UFM). Por eso nos falta un “efecto demostración positivo”.
Hayek tomó ejemplo en la Sociedad Fabiana, fundada en 1884 por Sydney y Beatrice Webb, quienes instilaron primero el socialismo en las elites intelectuales y el medio académico, y desde allí las ideas socialistas pasaron al resto de la sociedad, alcanzando por fin el área política. Creía Hayek que con las ideas liberales sucedería igual, de modo un tanto espontáneo. Olvidó que lo espontáneo es el ideal del socialismo, que corre río abajo, a favor de la corriente, de la tendencia natural de todos los sectores, grupos, gremios e individuos, a vivir a expensas del Estado (siendo el Estado el que vive de la sociedad, como agudamente apuntara Bastiat).
Las ideas liberales van en oposición a esa corriente general, y son contra-intuitivas, como nos recuerda mi amigo el Prof. Carlos Sabino. Y la diferencia es crucial para su aceptación o rechazo, y para su éxito o fracaso.
Por experiencia personal sé que no es fácil compaginar la lectura, la investigación y el trabajo intelectual o académico con la acción política, partidista y electoral por naturaleza. Es muy difícil. Pero no hay otra salida. Lo contrario nos lleva a la auto-castración política, y por esa vía, a la muerte del liberalismo clásico.

### IV. Factores adicionales
Para colmo y como si fuera poco lo anterior, hay errores intelectuales, políticos, estratégicos y de comunicación. Muchos factores relevantes intervienen en el asunto, los cuales deben ser considerados y sopesados, y asimismo las relaciones que guardan.

## 1. “Libertad” aislada. En el escudo de la UFM leemos: “Veritas, Libertas, Justitia”. La Libertad aparece en estrecha conexión con la Verdad y la Justicia. Son tres valores, no uno sólo; y los tres ligados. Y no en cualquier secuencia: primero la verdad, de la cual depende la libertad (veritas vos liberavit, Juan 8:32), y después la justicia, que no existe sin libertad.
Sin embargo, muchos portavoces del liberalismo enfatizan el ideario de la sola “libertad”, de modo aislado, desligada ésta de otros valores como orden y justicia, seguridad y paz, y por supuesto, la verdad. Lo hacen porque entienden la libertad como el don más apreciado por el común: ¿Quién no quiere ser libre? ¿Quién se opone a la libertad? Pero “la libertad” aislada luce un tanto etérea, gaseosa, retórica y difícil de asir. Fácilmente la gente confunde libertad política con democracia; y no se echa en falta democracia hoy en
nuestra Latinoamérica: todos votamos con frecuencia, libremente. Y no se relaciona libertad individual con libertad civil y/o económica. La libertad personal es un bien que todo el mundo cree poseer y disfrutar, excepto se enfrente uno políticamente al gobierno de turno, o deba soportar impuestos abusivos u otra arbitrariedad o despropósito oficial. Pero aún en estos casos no sienten las personas restringida su libertad por el Estado sino por “La Ley”, ¡y los liberales enseñan respeto “La Ley”, y el “Estado de Derecho”! Con frecuencia olvidamos las lecciones de la Escuela de Salamanca sobre leyes injustas, y la buena enseñanza del Dr. Manuel Ayau sobre distinguir Estado de Derecho y de mera legalidad.
Peor aún: la gente confunde “libertad” con libre albedrío, o libertad en sentido metafísico. Y también con la libertad psicológica que brinda una sociedad cada vez más permisiva respeto a moralidad convencional. Y no siente que libertad es algo que falte; algunos creen que la hay en demasía. Libre albedrío no falta a nadie. Tampoco libertad frente a los viejos códigos éticos, los de las grandes religiones monoteístas. Así, el reclamo liberal por “la libertad” cae en el más completo vacío. La apelación carece de eco alguno.

## 2. ¿Argumentos morales o económicos? Conectado con el punto anterior hay otro: los liberales suelen preferir argumentos racionales y referidos a la economía, mostrativos de la enorme superioridad de los mercados libres en eficiencia. No obstante, los estatistas y socialistas cada vez menos cuestionan la eficiencia económica de los mercados, como su justificación ética: su moralidad, y en términos de igualdad.
Consonantes con un utilitarismo un tanto estrecho, los argumentos económicos no le llegan al gran público, que fácilmente cae en la manipulación emocional del “socialismo del siglo XXI”. Este socialismo reclama airadamente contra “el economicismo”, y ya no se declara “cientifico” ni “materialista”. ¡Ni siquiera es “marxista”! Ahora es “anti-consumista y “espiritual”, y hasta se dice “cristiano”, apelando con fuerza a cierta idea de moralidad. La economía ocupa en su agenda un lugar muy por debajo del ambientalismo y el feminismo radicales y anti-mercado, el indigenismo, el nacionalismo y el “culto a los héroes” decimonónicos.
La gente en general reconoce al capitalismo como un sistema eficiente; lo rechaza porque lo cree “injusto”. Por eso no le convencen los “Índices de Libertad Económica”, porque muestran la conexión y estrecha dependencia entre libertad y prosperidad, pero no entre libertad y justicia.
Ni mucho menos le convencen o le interesan siquiera las sofisticadas teorías sobre asignación de factores productivos e información transmitida a través de los precios, que no conoce ni quiere conocer. Es hablar a la pared.

## 3. Relativismo. ¿Es el liberalismo clásico compatible con cualquier filosofía? La noción en boga es que sí, pero la verdad es otra: el realismo metafísico y epistemológico es su piso filosófico natural. Porque el realismo habla del conocimiento imparcial, objetivo y veraz de la realidad, y por consiguiente de la verdad; y la libertad depende estrechamente del respeto a la verdad. Por supuesto que en la filosofía realista hay diversas expresiones, desde el realismo bíblico y el tomismo cristiano-católico al objetivismo randiano; pero fuera de un marco realista, el planteamiento liberal sufre daños irreversibles e irreparables, como planta desarraigada.
Gran daño nos hace a los liberales el relativismo, peste metafísica de nuestro tiempo, como valientemente denunciara el Cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI. Si “todo es relativo” como afirma la falacia popular, entonces también son “relativas” las ideas liberales de gobierno limitado, mercados libres y propiedad privada, y por consiguiente se hacen muy difícilmente sostenibles y defendibles.
Más aún: mucho mal nos hace el relativismo a quienes profesamos actividades intelectuales, como aprender, enseñar e investigar. Y a la Universidad como institución. Porque si “todo es relativo” entonces la verdad no existe, y el error tampoco, ¿qué enseñar entonces? Si no existe la verdad, ¿qué es “la Universidad”? Muy simple: una agencia para tratar conocimientos ya no verdaderos, sino “útiles y prácticos”, en menesteres tales como ganarse la vida, ganar espacios de mercado en los negocios, ganar pleitos judiciales en tribunales, o conquistar el poder (o un puestito público aunque sea...) ¡pero dentro del actual sistema estatista y social-mercantilista! Y en eso puede convertirse la UFM, a corto plazo. Sobre todo si los cursos sobre Mises y Hayek se imparten por un lado, y por otro lado y sin conexión aparente, se brinda la enseñanza  técnicoprofesional, muchas veces en base a autores y textos ajenos a esa línea de pensamiento.

## 4. “Tolerancia”, ¿amplitud o vaguedad retórica? “El liberalismo no es un dogma, no es una doctrina cerrada, tenemos muchos matices y variedades; ¡todos cabemos!” se nos dice a menudo, por ej. desde Relial (Red Liberal de América Latina).
No obstante la verdad es otra, muy distinta. El liberalismo clásico es una doctrina política recia, bien dibujada en sus contornos a través de la historia occidental, definida y articulada. Es la doctrina del gobierno fuerte pero limitado (Mises). Parte de tres principios muy claros e inequívocos. A) Gobiernos limitados a cumplir sus funciones propias de seguridad, justicia y obras públicas; y asimismo limitados en poder y en dinero, a las atribuciones y sumas estrictamente necesarias para cumplirlas. Para mantenerse así limitado, un gobierno ha de resistir las presiones, y a ese fin, y en el estricto cumplimiento de sus funciones, tiene que ser
fuerte, muy fuerte, y así conservarse. B) Mercados libres de fraude y violencia; y C) total respeto a la propiedad privada.
Contra lo que parecen exponer algunos de nuestros conocidos liberales, no se reduce el liberalismo clásico a la mera “tolerancia” relativista. No es un estado de ánimo indulgente y bonachón, más o menos compatible con casi cualquier principio, medida de política o postulado programático. Fuera del ámbito de las funciones propias, los intervencionismos estatales no son compatibles con el liberalismo; tampoco el anarquismo.
Y el camino de salida desde el estatismo presente a la sociedad futura que deseamos y proponemos los liberales es igualmente claro e inequívoco. Y pasa por tres políticas públicas a publicitar, impulsar y desarrollar: a) privatizar, b) desreglamentar, c) restablecer o poner al  Estado en su lugar, a cargo de sus funciones propias.
Sin embargo, nuestros liberales en la prensa no siempre muestran las salidas concretas posibles y realistas. Con todo respeto, Mario Vargas Ll. y Carlos Montaner gastan más tiempo, dedicación y energía criticando a Chávez, a Evo, a Correa, etc. —y al socialismo en general— que enseñando a la gente alternativas viables, programas liberales atractivos y motivadores, que puedan seguirse, y con ellos orientar a la opinión pública, confundida y desalentada.
La sola crítica a los Presidentes socialistas y a sus intervenciones estatistas nos hace ver a los liberales como “negativos” en un contexto que desprecia la pura crítica y quiere “lo positivo”.
Además, si solo nos oponemos al socialismo, lucimos como defensores del “statu quo” tan odiado, y permitimos que la izquierda luzca como abanderada del “cambio”. Olvidamos otra sabia enseñanza del Dr. Ayau sobre distinguir entre estatismo mercantilista o socialista y capitalismo liberal: el primero es el “statu quo” presente; y el segundo es nuestra propuesta de cambio para mejor.

## 5. Vacío de programas. ¿Por qué nos pasa esto? Seamos honestos: porque esos programas políticos liberales alternativos no existen. No es claro el punto de llegada a que aspiramos en un futuro. Y hay una laguna entre ese punto y lo que tenemos ahora. ¿Cuál es el camino? ¿Cómo luce o debería ser el capitalismo liberal? ¿Y la transición? El “Manifiesto Comunista” de 1848, redactado por Marx y Engels, contenía un Programa de 10 puntos, medidas que más o menos han venido aplicando progresivamente los socialistas en todo el mundo; tanto que algunas lucen redundantes hoy en día, y moderadas o tímidas, porque son moneda corriente, p. ej. “impuesto progresivo” (2); “banco central” (5) y “educación primaria gratuita” (10).
Pero los liberales no tenemos programas de desestatización, dirigidos a revertir ese proceso, como p. ej. la deslegislación y las “Cinco Reformas” propuestas en mi libro “Las Leyes Malas” (Guatemala, Ed. Artemis Edinter, 2009). El “incrementalismo” parece ser la política y estrategia de los liberales; lo cual en Guatemala vimos de cerca en el caso de Pro-Reforma: una reforma constitucional, que por eso mismo la gente vio, sintió y pensó como un mero punto técnico, ajeno, materia propia de juristas, o de políticos, pero lejana al ciudadano de a pie, y no directamente relacionada a su bienestar y a su suerte.
Como consecuencia de ese vacío de propuestas programáticas, es imposible aclarar las confusiones y despejar los malentendidos.

## 6. Confusiones: Economía “social” de mercado y “Neo” liberalismo. Sabemos que la Economía “social” de mercado de los ’60 no es el capitalismo liberal de competencia abierta; es apenas la economía mixta keynesiana y laborista. Es el “Intervencionismo” que Mises expuso y denunció: la continuación del estatismo por otros medios. Sabemos también que una versión más o menos actualizada de eso mismo es el “Neo” liberalismo del Consenso de Washington, parcialmente aplicado en nuestros países durante los
’90 —una vez fracasado el socialismo de los años ’70— y aún hoy en los que apenas se libran del socialismo radical del siglo XXI.
Pero todavía no sabemos cómo luciría un programa inspirado en el liberalismo clásico. No hay plano ni hoja de ruta, no hay diseño de políticas y estrategias para llegar al modelo de Gobierno limitado; por eso no hay término de comparación, y es tan difícil mostrar las semejanzas y diferencias.

## 7. Anarco-capitalismo. Y por eso, como triste consuelo, en todos los pequeños círculos de pensamiento liberal toma fuerza el “anarco-capitalismo” que enseñaba Murray Rothbard, y ahora Hans-Hermann Hoppe y el Prof. Huerta de Soto. Es un pensamiento intelectualmente inconsistente: sin gobierno limitado no hay mercados libres ni respeto a la propiedad privada, por consiguiente no hay capitalismo liberal. Y además es políticamente inviable, impracticable y poco atractivo. Pero es un escapismo, una forma de huir mentalmente de la realidad hostil y asfixiante del estatismo, de la cual no se avizora salida posible, ni a corto ni a mediano ni a largo plazo.
Ayn Rand escribió un magnífico alegato contra el libertarianismo en “Por qué no soy libertaria”, criticando acerbamente a los “hippies de derecha”. Hoy los “ancaps” están presentes en todos los mini-grupos libertarios latinoamericanos, con sus ruidosas prédicas hostiles a toda forma de gobierno aún limitado, a la acción política, a los partidos y a las campañas electorales. Cuando la gente normal les escucha, sale corriendo de inmediato. No las censuro: yo también.

## 8. Keynes está muerto, y Mises y Hayek. “En el largo plazo todos estaremos muertos”, reza la
desafortunada frase de Keynes, pergeñada para justificar su inmediatismo, y su criminal desinterés por los destructivos efectos a largo plazo de las medidas que recomendó y alentó. Hoy Keynes está muerto, mas no sus ideas y políticas; pero si no están muertas, es porque nosotros no hemos sido muy efectivos en impulsar alternativas.
Sin embargo hay actualmente formidables economistas de la Escuela austriana, buenos discípulos de Mises, Hayek y Rothbard, que combaten el keynesianismo. Investigan, enseñan, publican y difunden sobre principios libertarios aplicados a la realidad presente y candente, incluso a través de Internet y Facebook. (No son “ancaps”.) Entre ellos Jeffrey Tucker, Shawn Ritenour, Gary North y Stephen Perks. Durante la actual crisis financiera, sus sabios consejos han salvado multi-billonarias sumas de dinero, no sólo de los super-ricos sino también de los trabajadores retirados y de sus “viudas y huérfanos” (tan mencionados en la Biblia), los cuales dependen de sus Fondos de Pensión.

Pero nuestra enseñanza a veces se circunscribe a Mises y Hayek, transmitiendo la errónea impresión de que el libertarianismo es un “dogma”, lo cual provoca inmediato rechazo. Y peor: un dogma muerto. ¿Por qué olvidamos a Tucker, Ritenour, North y Perks? ¿No tendrá algo que ver el hecho de que como cristianos consistentes —católico, bautista, presbiteriano y anglicano, respectivamente— en mayor o menor medida han hecho la “reconexión” de su Economía con las tradicionales enseñanzas de su religión, y con la Biblia, y lo profesan, explican y enseñan abiertamente? Aquí viene el punto delicado, para muchos casi un “tabú”.

## 9. Asunto espinoso: la religión. En la década de 1850, Marx era un judío alemán exiliado y desconocido en Londres, pero el Editor del “Christian Socialist” era el entonces renombrado
Rev. Charles Kingsley, Dean de Canterbury. La mayor parte de los líderes intelectuales y políticos del socialismo eran cristianos, clérigos muchos de ellos. Y en el sigo XXI, como fue en el XIX, el socialismo se apoya en la religión, y depende críticamente del cristianismo, aunque mal entendido.
“El cristianismo es una religión, cuya aplicación práctica es el socialismo”, nos repite Chávez, y en muchas iglesias se oye “Amén!” Es trágico, doloroso para los cristianos, un hecho que nos llama a gritos a nuestra responsabilidad. Los libertarios ateos y agnósticos lo señalan con frecuencia, y con mucha razón, porque es una realidad tremenda; pero emprenden un camino equivocado: arremeten apasionadamente contra la religión, y en especial contra el cristianismo, con lo cual, ¡dan la razón a Chávez! Y andan por una senda de antemano destinada al fracaso: no van a desaparecer al cristianismo. Antes que los intelectuales libertarios de hoy en día, otros han intentado lo mismo en sus escritos —desde Celso hasta los Posmodernos, pasando por Voltaire y Marx— y asimismo en desde el poder y con la fuerza bruta —de Nerón a Stalin,
pasando por Danton y Robespierre— y no lo han logrado.
Todos los liberales —creyentes y no creyentes, sin renunciar cada quien sus creencias o no creencias, y con mutuo respeto— deberíamos revisar con más calma y detenimiento las alegaciones de las neo-izquierdas acerca de las palabras del joven rabino de Nazareth. Y de cómo deben ser y han sido interpretadas en más de dos milenios de civilización cristiana occidental: a favor o en contra de la razón, de la separación de lo público y lo privado, de la libertad, del progreso y del capitalismo. Es lo que hacemos los liberales cristianos.
Al cristianismo no le van a hacer ni mella las alegaciones en contra de los libertarios ateos o agnósticos; pero al liberalismo le hacen mucho daño, porque entorpecen nuestro trabajo, cuyo propósito es muy simple: que los cristianos todos redescubran que la verdadera e histórica enseñanza política bíblica y cristiana no es el estatismo ni el socialismo, sino su opuesta, la doctrina del Gobierno Limitado. Y así lograr que las Iglesias, ministerios y líderes cristianos que hoy apoyan a los Castro, a los Chávez, a los Ortega y a los Kirchner, a lo menos dejen de hacerlo, y a lo más, se sumen al liberalismo.
Anotemos que el ateísmo militante de muchos libertarios no se basa tanto en el objetivismo, la Filosofía de Ayn Rand ---reformulación del viejo y buen realismo aristotélico--- como en la Teoría de la Evolución (macro-evolucionismo), la cual muchas veces, con fervor religioso, se quiere hacer pasar por la última y definitiva palabra de “la Ciencia”. Lo cual está lejos de ser cierto: muchos científicos incluso no creyentes, en distintas ramas disciplinarias de la ciencia, tienen dudas, reservas y objeciones respecto al evolucionismo, cuyas alegaciones distan de ser concluyentes. Pero la agenda liberal queda un tanto relegada, y desplazada por el celo evangelizador del darwinismo panteísta y beligerante; lo que ocurre mucho menos con el ateísmo de la Rand, que fácilmente puede desgajarse del cuerpo general del objetivismo, lo cual hacen en EEUU muchos cristianos autodeclarados objetivistas. El objetivismo es sanamente anti-relativista, en cambio el evolucionismo tiende a conducir a sus simpatizantes a un total relativismo, otro factor que empantana todas las discusiones, e impide llegar a conclusiones políticamente operativas.
Otra semejanza con el siglo XIX, es que por entonces nuestra América latina conoció mucho del liberalismo tipo francés, masónico y anticlerical, que redujo la agenda liberal a unos pocos puntos de confrontación con la Iglesia católica; principalmente: el matrimonio y el registro civil (incluidos los cementerios), la educación laica, y la expropiación de bienes eclesiásticos, en el contexto del proceso de secularización de la sociedad. Menos supieron por aquel entonces nuestras naciones del liberalismo tipo británico, más interesado en materias como la libertad de trabajo y el libre comercio, y la democracia parlamentaria. Pues bien, una situación muy parecida tenemos hoy, con muchos “jóvenes turcos” libertarios agnósticos o ateos (no todos),
que pretenden reducir toda la agenda liberal a unos pocos puntos de confrontación con los cristianos (católicos o no): el aborto, las uniones homosexuales, y la legalización de las drogas, temas que a la fuerza ellos encajan siempre en el mismo saco, como si fuesen de igual naturaleza y tratamiento. Y como si no hubiera otros temas relevantes.

## 10. Bondad natural del hombre o la noción del pecado. Conecta muy de cerca con el anterior, hay otro punto, relativo a la “cosmovisión” predominante en los círculos liberales; y en especial la visión del hombre.
Con frecuencia lo que se escucha de los liberales son aquellas amargas y repetidas quejas: “el Presidente no sabe Economía”. Ni sus Ministros y asesores. Y tampoco la gente de a pie. Y que los socialistas “no han leído a Mises” (o a Friedman, o a Buchanan). Entonces los profesores liberales reeditan una y otra vez sus clases magistrales y sus lecciones prácticas, con las respectivas citas, notas y referencias bibliográficas, a ver si alguien por fin se decide a leer y aprender.
Lo siento pero detrás de estas quejosas y cansadoras letanías —y del “anarcocapitalismo”— se mal disimula la concepción roussoniana acerca de la bondad natural del hombre, y su infaltable y lógico corolario, sobre la educación como panacea universal. Es la filosofía optimistaracionalista de la Ilustración continental, francesa y alemana, diferente de la Ilustración escocesa, influida por el calvinismo protestante.
Por supuesto que los Presidentes no saben Economía, ni quieren saber. Desde luego los socialistas no han leído a Mises, ni van a leerlo. No les interesa. Tampoco a los sindicalistas, a los burócratas, a los empresarios mercantilistas, y a los defensores mediáticos del status quo. A todos ellos les interesa sólo el poder y sus privilegios, las ventajas anexas y su disfrute. ¿Por qué? Pues porque el humano no es bueno por naturaleza, y por ende la educación no es la panacea. Es un ser creado por Dios pero herido por el pecado, y en nuestra naturaleza hay una poderosa inclinación al mal; y al error, por eso la verdad y la justicia no se imponen por sí mismas de manera “espontánea”. Y todos los humanos tenemos asimismo una no menos fuerte tendencia a vivir a expensas del Estado. Y al abuso de poder.
Por esas poderosas razones, bien destacadas en la Biblia y en la educación cristiana clásica, Thomas Jefferson pensaba como Mises: que el Gobierno debe ser fuerte pero limitado. Y que “el precio de la libertad es la vigilancia permanente”. Por eso mismo James Madison escribió que los límites a los poderes gubernamentales deben ser prescritos y cuidadosamente redactados en la Constitución... Pero deben también ser defendidos en la práctica política cotidiana, por al menos un partido político combativamente pro-Gobierno limitado, operando eficazmente en el marco de un sistema de partidos. Un partido liberal, que se ocupe de catequizar al público en las virtudes del libre mercado, pero que también ejerza esa vigilancia en la plaza pública y el ruedo parlamentario, mediante el uso racional, inteligente y eficaz de los demás recursos políticos. Es la teoría del “Remanente”, bíblica en su inspiración, que explican Albert Jay Nock y su discípulo
el teólogo y economista Gary North. (Es la minoría selecta, dicho en el laico lenguaje de Ortega y Gasset.)

No obstante los maestros liberales latinoamericanos de hoy en día parecen haber adoptado el tonto prejuicio antipartido y antipolítico y hasta antidemocrático de nuestra clase media, la cual aspira a que las garantías constitucionales y legales se cumplan solas, sin fuerza de opinión o partido alguno que las sostenga y empuje en favor de su aplicación. Olvida que las únicas leyes que se cumplen solas son las leyes fisicas, químicas, biológicas, etc. Así nos va. Como cosmovisión, la filosofía de la Ilustración continental no sirve para defender los logros de la Modernidad. Ha sido y es la puerta abierta al socialismo y al estatismo, por lo general a través de la vía del utilitarismo. Si el hombre es naturalmente bueno, ¿por qué limitar el poder de los planificadores y funcionarios públicos? Si la educación es la panacea y remedio, ¿por qué no dejar que la elite universitaria guíe nuestras vidas desde las oficinas estatales, y nos haga “el mayor bien general”? Y así tener así “la mayor felicidad para el mayor número”, conforme a la famosa frase de Joseph Priestley, que desarrollaron Jeremy Bentham y John Stuart Mill, que reescribió Simón Bolívar, y que repite Hugo Chávez.

## 11. Interminables discusiones. Como consecuencia de los factores señalados hasta aquí, muy agrios debates sobre infinidad de materias, más o menos relacionados, son el pan nuestro de cada día en los grupos libertarios. Las discusiones de distinta naturaleza y entre distintas facciones adversarias, se solapan y entrecruzan unas con otras, en varios frentes: a) Teológicas, sobre evolución o creación, Dios o no Dios, el Universo, la Biblia, la ciencia y Darwin, la moral cristiana, etc. etc. La espiritualidad New Age no falta en estas discusiones.
b) Filosóficas, en especial epistemológicas y éticas, sobre si existe o no la verdad, si podemos los humanos conocerla y cómo, si hay verdades absolutas o “todo es relativo”, aborto, drogas, eutanasia, homosexualismo, etc. etc. La filosofía del Posmodernismo se deja oír siempre en ese tipo de  onfrontaciones.
c) Económicas, sobre si la Escuela de Viena o la de Chicago (o Virginia), sobre liberalismo y “Neo” liberalismo, reformas de los ’90, etc. etc.
d) Políticas, en dos frentes muy álgidos: las líneas de pensamiento liberales clásicas versus el “anarcocapitalismo” en uno, y en el opuesto, el liberalismo clásico versus todas las multiformes expresiones de talante y conciencia socialdemócrata y “liberales de izquierda” (¿?) etc. etc. En este segundo frente político aparecen todos los que pretenden actualizar o “aggiornar” al liberalismo clásico, acomodarlo a la “problemática social” y a “nuestra realidad nacional” (¿?) Entre estos y los “anarcocapitalistas”, los liberales clásicos en la defensa del Gobierno limitado nos encontramos como el jamón del sándwich.
e) Estratégicas, entre hacer política o no, hacer partidos políticos liberales nuevos o participar en los existentes, en las campañas electorales, etc. etc. Al abrigo de la divisa “El liberalismo es tolerancia, no es un dogma ni una doctrina cerrada; ¡cabemos todos!” cada grupo se hace un Club de Debates, y un campo de Agramante para batallas muy fieras, y quedan heridas. Algunas coloridas y animadas, otras muy aburridas,
intelectualmente desafiantes muchas, pero siempre estériles políticamente. Lo normal es que las facciones se muestren poca tolerancia. Cuando hay respeto recíproco, algunos disfrutamos intervenir, mas no todos. Y sin apremio ni responsabilidad por la acción política, ni la consiguiente presión hacia los acuerdos y consensos sobre puntos específicos de cara al público “consumidor”, las disputas se hacen enconadas y sin fin. Demasiada gente se cansa, y toma distancia y se aleja, más tarde o más temprano.
Parece que olvidamos que el liberalismo no es una ciencia, tampoco una filosofía, y menos una religión. (Empero, sí parece ser la religión de muchos libertarios que dicen no profesar religión alguna.) Aunque conecta muy de cerca con ciencias, con Filosofía y con religión, el liberalismo clásico es una política: una doctrina política destinada a guiar la acción política; y si no se realiza en el reino de la política, se muere.

## 12. Un obstáculo muy duro: las exigencias de la vida. Toda persona que ha aprendido el ideario liberal, pronto compara, y llega a unas tristes conclusiones: vivimos en el contexto y bajo un sistema férreamente estatista, tipo social-mercantilista. Cada vez más. Y aunque tenemos democracia, no existe nada ni parecido a un partido liberal que desde el Congreso impulse la derogación de las leyes estatistas, y abra paso a las reformas liberales. Por consiguiente no existe perspectiva ni esperanza alguna de cambio a futuro, ni a corto ni a largo plazo.
Y cada quien ha de ganarse la vida, como empleado, profesional, comerciante, industrial, empresario rural, obrero, artista o lo que sea, en medio de leyes, decretos y normas estatistas, que generan prácticas, costumbres, pautas de conductas y hábitos de comportamiento estatistas. Y “valores” colectivistas y estatistas, que la “educación” y los medios (y cierta religión cristiana mal entendida) refuerzan todos los días, y que la gente adopta. Quien pasa por un grupo libertario o por las aulas de la UFM, se pregunta “¿a qué abrazar los principios, reglas y valores del libre mercado? ¿para ser un perdedor? ¿Y por qué debo sacrificarme yo? (¡Ayn Rand dice que es inmoral sacrificarse!)”
Se da así un choque, una contradicción entre los conocimientos aprendidos y la realidad circundante, del tipo que el sociólogo Leo Festinger llama “disonancia cognitiva”. Lo que vemos es su resultado. Factor muy de peso es esta disonancia cognitiva entre lo que se aprende de liberalismo y las demandas de la vida económica en sociedad. V. Y otra seria disonancia Con todo hay una segunda disonancia cognitiva, de igual o mayor peso, que afecta particularmente a toda la gran cantidad de gente creyente, que todos los domingos acude a las iglesias y templos cristianos en las urbanizaciones de clase media, en los barrios y sectores
populares, en las aldeas rurales: la tremenda contradicción entre lo que se aprende de liberalismo, y lo que se oye desde los púlpitos. Cada vez que aluden al tema, y no es con poca frecuencia, los sacerdotes y pastores predican el más crudo y rudo socialismo. Salvo casos excepcionales; pero las excepciones, también en este caso, confirman la regla. Por eso es que una gran mayoría de cristianos de todas las iglesias, credos y denominaciones (católicos y no católicos) apoyan fórmulas comunistas, sean radicales, o socialistas Light, pero siempre de izquierdas. Y el liberalismo clásico va a seguir estancado hasta que esta disonancia
no se resuelva. En esto tienen punto de razón los liberales ateos y agnósticos; pero la salida no pasa por embestir contra el cristianismo o la religión.

¿Conclusión?
La salida a la hegemonía socialista pasa por cambiar de bando a los cristianos, siempre más inclinados al activismo político que los liberales. ¿Cómo? Enseñándoles a ser cristianos responsables, pensantes y consistentes, y mostrándoles (y a todo el mundo) que el Gobierno Limitado se basa en la Biblia, y ha sido doctrina política predominante, y de mucha y buena influencia en la cultura cristiana occidental hasta aproximadamente el siglo XVIII, según demuestran autores como Max Weber, Rodney Stark, Dinesh D´Souza y Thomas Woods. Y que el socialismo y el estatismo son anti-cristianos, y anti-humanos. Y que el Gobierno Limitado es la buena solución auténticamente cristiana a los problemas de hoy.
Con ese fin, y bajo el lema “Compra la verdad, y no la vendas” (Proverbios 23:23) algunos líderes cristianos profesantes, y políticamente liberales convencidos, hemos fundado la Escuela Latinoamericana de Gobierno (ELG) en el Perú:
1. Para enseñar Liberalismo Clásico en su conexión con el cristianismo. Esto no es algo confesional o excluyente: entre nuestros estudiantes, profesores y miembros de nuestro Consejo Superior Consultivo, tenemos muchos no cristianos (y cristianos de distintas confesiones), y el clima es de mutuo respeto y armonía en los propósitos comunes.
2. Para enseñar Economía y Ciencia Política en sus conexiones con la Filosofía y la Teología, en el marco de la Historia de la Civilización Occidental.
3. Sin divorciar las reflexiones especulativas (filosofías, disciplinas científicas, hipótesis, teorías y conjeturas, y también estudios bíblicos) de las actividades cívicas, en grupos políticos, los partidos y las campañas electorales. Para que la pura especulación intelectual no quede en el papel, y para que la acción política no quede huérfana de orientación inteligente. “La Política es un saber de orden práctico” según Aristóteles y Tomás de Aquino. Tampoco es fácil, y hay muchas dificultades que superar: anti-intelectualismo, antinomianismo y religiosidad tipo “mística” son escollos de no poca monta, al igual que años de enseñanza
política estatista y economía socialista, aunada a cierta desconfianza e ignorancia acerca de la actividad partidista y electoral. Para un liberal cristiano, lo más difícil es padecer el “doble rechazo”: de muchos liberales por ser cristiano, y de muchos cristianos por ser liberal. Pero vale el esfuerzo. Una vez separados los cristianos de las filas socialistas y “recuperados” para la causa del Gobierno Limitado, su fuerza social, política y electoral puede sacar al liberalismo clásico de su condición actual estancamiento y frustración, para cambiar la inclinación de la balanza, y el curso de la historia. Al menos en Latinoamérica, este nuestro vecindario en el planeta.


Ludwig Von Mises. Primera Conferencia Argentina. Capitalismo



CAPITALISMO
Los términos descriptivos que la gente utiliza son a menudo muy engañosos. Hablando de los modernos capitanes de industria y de los líderes de los grandes negocios, por ejemplo, llaman a una persona el ‘rey del chocolate’ o el ‘rey del algodón’ o el ‘rey del automóvil’. Su utilización de dicha terminología implica que no ven prácticamente diferencia alguna entre los modernos líderes de la industria y aquellos reyes, duques o señores feudales del pasado. Pero la diferencia, de hecho, es muy grande, ya que un ‘rey del chocolate’ no gobierna de manera alguna, sino que sirve. No reina sobre un territorio conquistado, independiente del mercado, independiente de sus clientes. El ‘rey del chocolate’ – o el ‘rey del acero’ o el ‘rey del automóvil’ o cualquier otro rey de la moderna industria – depende de la industria en la que opera y de los clientes a los cuales sirve. Este ‘rey’ debe mantenerse en buenos términos con sus ‘súbditos’, los consumidores; pierde su ‘reino’ tan pronto no pueda dar a sus clientes un mejor servicio, y proveerlo a un menor costo, que los otros con quienes debe competir.
Hace doscientos años, antes de la llegada del capitalismo, la posición social de un hombre estaba fijada desde el comienzo hasta el final de su vida; la heredaba de sus ancestros y nunca cambiaba. Si nacía pobre, siempre permanecía siendo pobre; y si nacía rico – un lord, un duque – mantenía su ducado y las propiedades correspondientes por el resto de su vida.
En lo que respecta a la manufactura, las primitivas industrias procesadoras de esos tiempos existían casi exclusivamente para beneficio de los ricos. La mayor parte de la gente (noventa por ciento o más de la población europea) trabajaba la tierra y no entraba en contacto con las industrias procesadoras, orientadas hacia las ciudades. Este rígido sistema de sociedad feudal prevaleció en la mayor parte de las áreas desarrolladas de Europa por muchos cientos de años.
Sin embargo, como la población rural se expandía, se desarrolló un exceso de gente en la tierra. Este exceso de población, sin herencia de tierras o establecimientos rurales, no tenía mucho para hacer, ni le era posible trabajar en las industrias procesadoras; los reyes en las ciudades le negaban el acceso a las mismas. La cantidad de estos ‘marginados’ continuaba creciendo y todavía nadie sabía qué hacer con ellos. Eran – en el total sentido de la palabra – ‘proletarios’, a quienes el gobierno atinaba solamente a ponerlos en un asilo o casa para pobres. En algunos lugares de Europa, especialmente en Holanda y en Inglaterra, llegaron a ser tan numerosos que – para el siglo XVIII – eran una real amenaza para la preservación del sistema social prevaleciente.
Hoy en día, analizando condiciones similares en lugares como India y otros países en desarrollo, no debemos olvidar que – en la Inglaterra del Siglo XVIII – las condiciones eran mucho peores. En ese tiempo Inglaterra tenía una población de seis o siete millones de personas, pero de esos seis o siete millones de personas, más de un millón, probablemente dos millones eran simplemente pobres marginados para los cuales no hacía provisión alguna el sistema social entonces prevaleciente. Qué hacer con estos marginados era uno de los grandes problemas de la Inglaterra del Siglo XVIII.
Otro gran problema era la falta de materias primas. Los Británicos, con mucha seriedad, se hacían a sí mismos esta pregunta: ¿Qué vamos a hacer en el futuro cuando nuestros bosques no nos provean más la madera que necesitamos para nuestras industrias y para calentar nuestros hogares? Para las clases dirigentes era una situación desesperante. Los hombres de estado no sabían qué hacer y la aristocracia no tenía idea alguna sobre como mejorar las condiciones.
De esta preocupante situación social emergieron los comienzos del capitalismo moderno.
Hubo algunas personas entre estos marginados, entre esta gente pobre, que trató de organizar a otros para instalar pequeños talleres que pudieran producir algo. Esto fue una innovación. Estos innovadores no producían cosas caras apropiadas solamente para las clases altas; producían cosas más baratas para cubrir las necesidades de todos. Y esto fue el origen del capitalismo tal como opera hoy. Fue el comienzo de la producción masiva, el principio fundamental de la industria capitalista. En tanto las antiguas industrias procesadoras que servían a la gente rica en las ciudades habían existido casi exclusivamente para cubrir la demanda de las clases altas, las nuevas industrias capitalistas comenzaron a producir cosas que pudieran ser compradas por la población en general. Era producción masiva para satisfacer las necesidades de las masas.
Este es el principio fundamental del capitalismo tal como existe hoy en todos aquellos países en los cuales existe un altamente desarrollado sistema de producción masiva. Las Grandes Empresas, el objetivo de los más fanáticos ataques de los así llamados izquierdistas, producen casi exclusivamente para satisfacer las necesidades de las masas.
Las empresas que producen artículos de lujo solamente para los ricos nunca alcanzan la magnitud de las grandes empresas. Y hoy, son los trabajadores de las grandes fábricas los principales consumidores de los productos hechos en dichas fábricas. Esta es la diferencia fundamental entre los principios capitalistas de producción y los principios feudales de las épocas anteriores.
Cuando las personas suponen, o alegan, que hay una diferencia entre los productores y los consumidores de los productos de las grandes empresas, están gravemente equivocados. En las tiendas por departamento en los EEUU puede oírse la consigna ‘el cliente siempre tiene razón’ Y este cliente es la misma persona que produce en las fábricas esas cosas que son vendidas en la tienda por departamentos. Las personas que piensan que el poder de las grandes empresas es enorme, también están equivocadas, ya que las grandes empresas dependen totalmente de la voluntad de los que compran sus productos: la más grande de las empresas pierde su poder y su influencia cuando pierde sus clientes.
Cincuenta o sesenta años atrás se decía en casi todos los países capitalistas que los ferrocarriles eran demasiado grandes y demasiado poderosos; que tenían un monopolio; que era imposible competir con ellos. Se alegaba que, en el campo del transporte, el capitalismo ya había alcanzado una etapa en la que se había destruido a sí mismo, ya que había eliminado a los competidores. Lo que la gente pasaba por alto era el hecho que el poder de los ferrocarriles dependía de su habilidad en servir a la gente mejor que cualquier otro método de transporte. Desde ya habría sido ridículo competir con uno de estos grandes ferrocarriles construyendo otro ferrocarril paralelo a la antigua línea, ya que esta antigua línea era suficiente para dar servicio a las necesidades existentes. Pero muy pronto vinieron otros competidores. La libertad para competir no significa que se puede tener éxito simplemente imitando o copiando con exactitud lo que algún otro ha hecho. La libertad de prensa no significas que se tiene el derecho de copiar lo que otra persona ha escrito y así obtener el éxito que esta otra persona ha ganado merecidamente en razón de sus logros. Significa que se tiene el derecho de escribir algo diferente. La libertad para competir respecto a los ferrocarriles significa, por ejemplo, inventar algo, hacer algo, que sea un desafío a los ferrocarriles y los ponga en una precaria situación competitiva. En los EEUU la competencia a los ferrocarriles – en la forma de ómnibus, automóviles, camiones y aviones – causó grandes problemas a los ferrocarriles y los derrotó casi totalmente, en lo que a transporte de pasajeros se refiere. El desarrollo del capitalismo consiste en que cada uno tenga el derecho de servir a su cliente mejor y / o más barato. Y este método, este principio, en un comparativamente corto período de tiempo, ha transformado el mundo entero. Ha hecho posible un crecimiento – sin precedentes – en la población mundial, sin precedentes.
En la Inglaterra del Siglo XVIII, la tierra podía soportar solamente seis millones de personas en un nivel de vida muy bajo. Hoy más de cincuenta millones de personas disfrutan un nivel de vida mucho más alto, aún del que disfrutaban los ricos durante el siglo XVIII. Y el nivel de vida sería hoy probablemente más alto si una gran cantidad de energía de los Británicos no hubiera sido desperdiciada en lo que fueron, desde varios puntos de vista, evitables ‘aventuras’ políticas y militares.
Estos son los hechos sobre el capitalismo. Así si un inglés – o realmente cualquier otro hombre de cualquier otro país del mundo – dice hoy a sus amigos que se opone al capitalismo, hay una maravillosa forma de contestarle: ‘Tú sabes que la población de este planeta es ahora diez veces más grande que en las épocas que precedieron al capitalismo; tú sabes que todos los hombres hoy disfrutan de un mucho mejor nivel de vida que el que disfrutaron sus ancestros antes de la era del capitalismo. Pero, ¿cómo sabes que tú eres el uno entre diez que habría vivido en ausencia del capitalismo? El simple hecho que hoy estés vivo es la prueba que el capitalismo ha tenido éxito, así consideres o no que tu vida es valiosa’ A pesar de todos sus beneficios el capitalismo ha sido furiosamente atacado y criticado. Es preciso que comprendamos el origen de esta antipatía. Es un hecho que el odio hacia el capitalismo no se originó en las masas, ni entre los propios trabajadores, sino en la aristocracia terrateniente – la alta burguesía, la nobleza – de Inglaterra y del continente europeo. Ellos culparon al capitalismo por algo que no era para ellos demasiado agradable: a principios del Siglo XIX los más altos salarios pagados por la industria a sus trabajadores forzó a la burguesía terrateniente a pagar igualmente altos sueldos a los trabajadores agrícolas. La aristocracia atacó la industria enjuiciando el nivel de vida de las masas de trabajadores.
Desde luego – desde nuestro punto de vista – el nivel de vida de los trabajadores era extremadamente bajo; las condiciones bajo el capitalismo temprano eran totalmente espeluznantes, pero no porque las recientemente desarrolladas industrias capitalistas hubieran perjudicado a los trabajadores. La gente contratada para trabajar en las fábricas ya había estado viviendo en un nivel virtualmente sub-humano.
La famosa y antigua historia, repetida centenares de veces, que las fábricas empleaban mujeres y niños quienes, antes que estuvieran trabajando en las fábricas habían estado viviendo en condiciones satisfactorias, es una de las más grandes falsedades de la historia. Las madres que trabajaban en las fábricas no tenían con qué cocinar: ellas no habían dejado sus hogares y sus cocinas para ir a las fábricas porque no tenían cocina alguna, y si tenían una cocina, no tenían alimentos para cocinar en esas cocinas. Y los niños no venían de confortables guarderías. Estaban pasando hambre y se morían. Y toda la charla sobre el así denominado inenarrable horror del capitalismo temprano puede ser refutada por una simple estadística: precisamente en estos años en los cuales el capitalismo Británico se desarrolló, precisamente en la época llamada de la Revolución Industrial en Inglaterra en los años de 1760 a 1830, precisamente en esos años la población de Inglaterra se duplicó, lo que significa que centenares de miles de niños – que habrían muerto en los tiempos precedentes – sobrevivieron y crecieron para convertirse en hombres y mujeres. No hay dudas que las condiciones de los tiempos anteriores habían sido muy insatisfactorias. Fue el negocio capitalista que las mejoró. Fueron precisamente esas primeras fábricas que proveyeron a las necesidades de sus trabajadores, ya sea directamente o indirectamente, exportando productos e importando alimentos y materias primas desde otros países. Una y otra vez los primeros historiadores del capitalismo – uno difícilmente puede usar una palabra más suave – han falsificado la historia.
Una anécdota que solían contar – muy posiblemente inventada – involucra a Benjamín Franklin. De acuerdo con la historia, Franklin visitaba una fábrica algodonera en Inglaterra y el propietario de la fábrica, lleno de orgullo, le dice: ‘Vea, aquí hay artículos de algodón para Hungría’. Benjamín Franklin, mirando alrededor, viendo que los trabajadores estaban pobremente vestidos, dijo: ‘¿Por qué Ud. no produce también para sus propios trabajadores?’ Pero esas exportaciones de las cuales el propietario de la fábrica había hablado realmente significaban que él producía para sus propios trabajadores ya que Inglaterra debía importar todas las materias primas. No había algodón en Inglaterra o en la Europa continental. Había escasez de alimentos en Inglaterra, y los alimentos debían ser importados de Polonia, de Rusia, de Hungría. Esas exportaciones eran la manera de pagar las importaciones de alimentos que hacían posible la supervivencia de la población británica. Muchos ejemplos de la historia de esas épocas mostrarán la actitud de la burguesía y de la aristocracia hacia los trabajadores. Deseo citar sólo dos ejemplos. Uno es el famoso sistema Británico denominado ‘Speenhamland’. Por este sistema el gobierno Británico pagaba a todos los trabajadores que no tuvieran un salario mínimo (así determinado por el gobierno) la diferencia entre el salario que recibieran y este salario mínimo. Esto ahorraba a la aristocracia terrateniente el problema de pagar mayores salarios. La aristocracia pagaría los tradicionalmente bajos salarios agrícolas y el gobierno lo complementaría, evitando así que los trabajadores dejaran sus ocupaciones rurales para buscar empleo en una fábrica urbana. Ochenta años más tarde, después de la expansión del capitalismo desde Inglaterra a la Europa continental, la aristocracia terrateniente nuevamente reaccionó contra el nuevo sistema de producción. En Alemania, los Junkers prusianos, habiendo perdido muchos trabajadores a los mayores salarios pagados por las industrias capitalistas, inventaron un término especial para el problema: ‘huída del campo – Landflucht’. Y en el Parlamento alemán discutieron lo que podía hacerse contra este mal, como era considerado desde el punto de vista de la aristocracia terrateniente. El Príncipe Bismarck, el famoso Canciller del Reich Alemán, en un discurso, un día dijo: ‘Encontré un hombre en Berlin que una vez había trabajado en mi establecimiento de campo, y le pregunté: ‘¿Por qué dejo el establecimiento, por qué se fue del campo, por qué ahora vive en Berlin?’ Y de acuerdo con Bismarck este hombre contestó: ‘No tienen un Biergarten tan lindo en el pueblito del campo, como tenemos aquí en Berlin, donde uno puede sentarse, beber cerveza y escuchar música’ Esta es una historia, desde ya, contada desde el punto de vista del Príncipe Bismarck, el empleador. No era el punto de vista de sus empleados.
Ellos se iban a la industria porque la industria les pagaba más altos salarios y elevaba su nivel de vida de una manera que no tenía precedentes.
En la actualidad, en los países capitalistas, hay relativamente poca diferencia entre la vida básica de las así llamadas clases altas y bajas; ambas tienen comida, ropa y alojamiento.
Pero en el siglo XVIII – y antes – la diferencia entre el hombre de la clase media y el hombre de la clase baja era que el hombre de la clase media tenía zapatos y el hombre de la clase baja no tenía zapatos. En los EEUU hoy la diferencia entre un hombre rico y un hombre pobre significa, a menudo, solamente la diferencia entre un Cadillac y un Chevrolet. El Chevrolet puede haber sido comprado de segunda mano pero, básicamente, le da el mismo servicio a su propietario: él, también, puede manejar de un punto a otro.
Más del cincuenta por ciento de la gente en los EEUU vive en casas y departamentos de su propiedad.
Los ataques contra el capitalismo – especialmente en lo que respecta al mayor nivel salarial – comienzan del falso supuesto que dichos salarios son en última instancia pagados por gente que es diferente de quienes están empleados en las fábricas. Es correcto para los economistas y los estudiantes de teorías económicas distinguir entre el trabajador y el consumidor y establecer una diferencia entre ellos. Pero el hecho es que cada consumidor debe, de una u otra manera, ganar el dinero que gasta, y la inmensa mayoría de los consumidores son precisamente las mismas personas que trabajan como empleados en las empresas que producen las cosas que ellos consumen. El nivel de salarios – bajo el capitalismo – no está fijado por una clase de gente diferente de la clase de gente que gana los salarios; ellos son la misma gente. No es la empresa cinematográfica de Hollywood quien paga los salarios de una estrella del cine; es la gente que paga su entrada para ver las películas. Y no es el empresario de una pelea de boxeo quien paga las enormes sumas que demandan los boxeadores de cartel; es la gente que paga su boleto para ver la pelea. A través de la distinción entre empleador y empleado, una diferenciación se establece en la teoría económica, pero no hay una diferenciación en la vida real; en ésta, el empleador y el empleado son, en última instancia, una persona, la misma persona.
Hay gente en muchos países que considera muy injusto que un hombre, quien debe mantener una familia con varios hijos, reciba el mismo salario que un hombre quien solamente debe mantenerse a sí mismo. Pero la cuestión no es si el empleador debe tener una mayor responsabilidad por el tamaño de la familia de su trabajador. La pregunta que debemos hacernos en este caso es: ¿Está Ud. dispuesto – como un individuo – a pagar más por algo, por ejemplo, una hogaza de pan, si se le dice que el hombre que produjo este pan tiene seis hijos? La persona honesta ciertamente contestará por la negativa y dirá: ‘En principio sí, pero de hecho, si cuesta menos, mejor compraría el pan producido por un hombre sin hijos’ El hecho es que, si los compradores no le pagan al empleador lo suficiente para permitirle pagar a sus trabajadores, se tornará imposible para el empleador permanecer en el negocio.
El sistema capitalista fue denominado ‘capitalismo’ no por un amigo del sistema, sino por una persona que lo consideraba el peor de todos los sistemas en la historia, el más grande de los males que había caído sobre la humanidad. Este hombre era Karl Marx. Pero no hay razón para rechazar el término creado por Marx, ya que describe claramente la fuente de las grandes mejoras sociales traídas por el capitalismo. Esas mejoras son el resultado de la acumulación de capital; están basadas sobre el hecho que la gente, como norma, no consume todo lo que ha producido, que ahorran – e invierten – una parte. Hay muchos malentendidos sobre este problema y – en el curso de estas conferencias – tendré la oportunidad de enfrentar los más fundamentales errores que la gente tiene concernientes a la acumulación de capital, el uso del capital, y las universales ventajas que pueden ganarse con dicho uso. Trataré el capitalismo particularmente en mis conferencias sobre inversiones extranjeras y sobre el más crítico problema político de la actualidad, la inflación. Saben, por supuesto, que la inflación existe no solamente en este país. Hoy, es un problema en todo el mundo.
Un hecho sobre el capitalismo, a menudo no bien explorado, es éste: los ahorros significan beneficios para todos aquellos que ansían producir o ganar un salario. Cuando una persona ha ahorrado una cierta suma de dinero – digamos mil dólares – y, en vez de gastarlos, confía estos dólares a un banco o a una compañía de seguros, el dinero va a las manos de un empresario, de un hombre de negocios, permitiéndole embarcarse en un proyecto, en el cual no podría haberse embarcado ayer pues el capital requerido no estaba disponible. ¿Qué hará ahora el hombre de negocios con este capital adicional? La primera cosa que debe hacer, el primer uso que debe hacer de este capital adicional es salir a contratar trabajadores y comprar materias primas, lo cual causa una adicional demanda de trabajadores y materias primas así como una tendencia hacia más altos salarios y más altos precios de las materias primas. Mucho antes que el ahorrista o el empresario obtengan alguna ganancia de todo esto, el trabajador antes desempleado, el productor de las materias primas, el agricultor, el jornalero, están todos repartiéndose los beneficios del incremento en el ahorro.
El momento en el cual el empresario obtendrá algo de su proyecto, depende de las condiciones del mercado en el futuro y de su habilidad en anticipar correctamente esas futuras condiciones del mercado. Pero los trabajadores así como los productores de materias primas obtienen sus beneficios en forma inmediata. Mucho se habló, hace treinta o cuarenta años, sobre la así llamada ‘política de salarios’ de Henry Ford. Uno de los mayores logros del Sr. Ford fue pagar más altos salarios que los que pagaban otros industriales u otras fábricas. Su política de salarios fue descripta como una invención, pero no alcanza decir que esta nueva política ‘inventada’ era el resultado de la liberalidad del Sr. Ford. Un nuevo ramo de negocios, o una nueva fábrica en un ramo de negocios ya existente, tiene que atraer trabajadores de otros empleos, de otras partes del país, aún de otros países. Y la única manera de hacer esto es ofrecer a los trabajadores un mayor salario por su trabajo. Esto es lo que tuvo lugar en los primeros días del capitalismo, y tiene lugar aún hoy. Cuando los fabricantes en Gran Bretaña comenzaron a fabricar productos de algodón, pagaban a sus trabajadores más que lo que éstos ganaban antes.
Por supuesto, un gran porcentaje de estos nuevos trabajadores no habían ganado absolutamente nada antes de ello y estaban dispuestos a aceptar cualquier cosa que les ofrecieran. Pero después de un corto período de tiempo – cuando más y más capital se acumulaba y más y más nuevas empresas se desarrollaban – los niveles de salario crecieron, y el resultado fue el inaudito crecimiento en la población británica de lo cual ya hablamos antes.
La desdeñosa descripción del capitalismo por algunas personas como un sistema diseñado para hacer que los ricos se vuelvan más ricos y que los pobres se vuelvan más pobres es errónea del principio al fin. La tesis de Marx sobre la venida del socialismo estaba basada sobre el supuesto que los trabajadores estaban volviéndose más pobres, que las masas estaban convirtiéndose cada vez en más indigentes, y que finalmente toda la riqueza de un país se concentraría en unas pocas manos o en las manos de una sola persona. Y entonces, la masa de trabajadores empobrecidos finalmente se rebelaría y expropiaría los bienes de los ricos propietarios. De acuerdo con esta doctrina de Karl Marx, no puede existir oportunidad alguna, ninguna posibilidad dentro del sistema capitalista para mejora alguna de las condiciones de los trabajadores.
En 1864, hablando frente a la Asociación Internacional de Trabajadores, en Inglaterra, dijo que la creencia que los sindicatos pudieran mejorar las condiciones de la población trabajadora mera ‘absolutamente un error’. A la política de los sindicatos pidiendo salarios más altos y más cortas horas de trabajo la denominó conservadora – siendo el conservadorismo – desde luego – el término más duramente condenatorio que Karl Marx podía usar. Sugirió que los sindicatos se pusieran un nuevo, revolucionario objetivo: ‘eliminar totalmente el sistema de salarios ‘e instaurar el ‘socialismo’ – el gobierno propietario de los medios de producción – para reemplazar el sistema de propiedad privada.
Si estudiamos la historia del mundo, y especialmente la de Inglaterra desde 1865, nos daremos cuenta estaba totalmente equivocado. No existe un país capitalista, occidental, en donde las condiciones de las masas no hayan mejorado en una forma sin precedentes.
Todas estas mejoras de los últimos ochenta o noventa años se realizaron a pesar de los pronósticos de Karl Marx, ya que los socialistas marxistas creían que las condiciones de los trabajadores nunca podrían mejorarse. Eran seguidores de una falsa teoría, la famosa ‘ley de hierro de los salarios’ – la ley que establecía que el salario del trabajador, bajo el capitalismo, no podría exceder el monto que necesitaba como sustento de su vida para servir a la empresa.
Los marxistas formulaban su teoría de esta manera: si los niveles de salario de los trabajadores van hacia arriba, y los salarios suben por encima de los niveles de subsistencia, los trabajadores tendrán más hijos; y cuando estos hijos ingreses en la fuerza laboral, incrementarán la cantidad de trabajadores hasta el punto en que los niveles de salarios caigan llevando otra vez a los trabajadores hacia abajo a un nivel de subsistencia, el mínimo nivel de subsistencia que escasamente evitará que la población trabajadora se extinga. Pero esta idea de Marx, como las de muchos otros socialistas, en un concepto del hombre trabajador precisamente como aquel que usan los biólogos – correctamente – en el estudio de la vida de los animales. De los ratones por ejemplo.
Si se incrementa la cantidad de alimento disponible para los organismos animales o para los microbios, entonces una mayor cantidad de ellos sobrevivirá. Si se restringe su alimento, también se restringirá su cantidad. Pero el hombre es diferente. Aún el trabajador – a pesar del hecho que los marxistas no quieran reconocerlo – tiene requerimientos humanos diferentes al alimento y a la reproducción de su especie. Un incremento en los salarios reales resultará no solamente en un incremento de la población, resultará también, antes que nada, en un mejoramiento del nivel de vida promedio. Esa es la razón por la que tenemos un mejor nivel de vida en Europa Occidental y en los EEUU que en las naciones en desarrollo de, digamos, África.
Debemos entender, sin embargo, que este más alto nivel de vida depende del suministro de capital. Esto explica la diferencia entre las condiciones en los EEUU y las condiciones en la India; métodos modernos de combatir enfermedades contagiosas han sido instaurados en la India – en alguna forma por lo menos – y el efecto ha sido un crecimiento sin precedentes en la población; pero, dado que este crecimiento en la población no ha sido acompañado por un correspondiente incremento en el monto del capital invertido, el resultado ha sido un incremento en la pobreza. Un país se vuelve más próspero en proporción al incremento del capital invertido por habitante.
Espero que en las otras conferencias tenga la oportunidad de ocuparme con mayor detalle de estos problemas y que pueda clarificarlos, porque algunos términos – como ‘el capital invertido per capita’ – requieren una más detallada explicación.
Pero deben recordar que en políticas económicas no hay milagros. Han leído en muchos diarios y discursos sobre el así llamado ‘milagro económico’ alemán, la recuperación de Alemania después de su derrota y destrucción en la segunda guerra mundial. Pero esto no fue milagro alguno. Fue la aplicación de los principios de la economía de libre mercado, de los métodos del capitalismo, aún cuando no fueron totalmente aplicados en todos sus aspectos. Cualquier país puede experimentar el mismo ‘milagro’ de recuperación económica, aunque debo insistir que la recuperación económica no proviene de un ‘milagro’, viene de la adopción de – y es el resultado de – sanas políticas económicas.

detz � s , `N �E comenzarán a entender que mañana los precios serán más altos que hoy. Entonces comenzarán a comprar a cualquier precio, haciendo que los precios suban a tales alturas que el sistema monetario se destroza.
Me refiero al caso de Alemania, que el mundo entero estaba observando. Muchos libros han descrito los eventos de esa época (Aunque yo no soy alemán, sino austriaco, pude ver todo desde adentro: en Austria, las condiciones no eran muy diferentes de las de Alemania, ni eran muy diferentes en muchos otros países europeos) Por varios años el pueblo alemán creyó que su inflación era un asunto temporario, que pronto terminaría. Lo creyeron por casi nueve años, hasta el verano de 1923. Entonces, finalmente, empezaron a dudar. Como la inflación continuaba, la gente pensó que era más prudente comprar cualquier cosa disponible en lugar de guardar el dinero en sus bolsillos. Además razonaron que no se debía dar préstamos en dinero, sino que era una buena idea ser un deudor. Y así la inflación continuaba alimentándose a sí misma.
Y la inflación continuó en Alemania hasta, exactamente, el 20 de Noviembre de 1923. Las masas habían creído que el dinero inflacionario era dinero real, pero entonces hallaron que las condiciones habían cambiado. Hacia el final de la inflación alemana, en el otoño de 1923, las fábricas alemanas pagaban a sus trabajadores, cada mañana, por adelantado, el salario del día. Y el trabajador, que llegaba a la fábrica con su esposa, le entregaba inmediatamente su salario – todos los millones que le pagaban. Y la señora inmediatamente iba a una tienda a comprar alguna cosa, sin importar qué. Ella se daba cuenta lo que la mayor parte de la gente ya sabía en ese momento – que durante la noche, de un día para el otro, el marco perdía el 50% de su poder de compra. El dinero, como el chocolate en un horno caliente, se derretía en los bolsillos de la gente. Esta última fase de la inflación alemana no duró mucho tiempo; después de unos pocos días, toda la pesadilla se había terminado: el marco no tenía valor y debió crearse una nueva moneda.
Lord Keynes, el mismo que dijo que en el largo plazo todos estamos muertos, fue uno de una larga lista de autores inflacionistas del Siglo XX. Todos escribieron contra el valor oro (gold standard – equivalente de la moneda en oro) Cuando Keynes atacó el valor oro, lo llamó una ‘reliquia bárbara’. Y la mayor parte de la gente actualmente considera ridículo hablar de una vuelta al valor oro. En los EEUU, por ejemplo, se considera que uno es un soñador si dice: ‘Más tarde o más temprano los EEUU deberán retornar al gold standard’ Pero el gold standard tiene una virtud tremenda: la cantidad de dinero bajo el gold standard es independiente de las políticas de los gobiernos y de los partidos políticos. Ésta es su ventaja. Es una forma de protección contra los gobiernos despilfarradores. Si, bajo el gold standard, a un gobierno se le requiere gastar dinero para algo nuevo, el ministro de finanzas puede decir: ‘Y donde consigo el dinero? Dígame, primero, como haré para encontrar el dinero para este gasto adicional’ Bajo un sistema inflacionario, nada es más simple de hacer para los políticos que ordenar a la imprenta del gobierno proveerles cuanto dinero necesiten para sus proyectos. Bajo un gold standard, un gobierno sano tiene una mejor oportunidad; sus líderes pueden decirle al pueblo y a los políticos: ‘No podemos hacerlo a menos que subamos los impuestos’. Pero bajo condiciones inflacionarias, la gente adquiere el hábito de considerar al gobierno como una institución con medios ilimitados a su disposición: el estado, el gobierno, puede hacer cualquier cosa. Si, por ejemplo, la nación desea un nuevo sistema de carreteras, se espera que el gobierno lo construya. Pero ¿dónde obtendrá el dinero el gobierno? Uno podría decir que en los EEUU hoy – y aún en el pasado bajo McKinley – el partido Republicano estaba más o menos a favor del dinero sano y del gold standard, y el partido Demócrata estaba a favor de la inflación, desde ya no la inflación de papel, sino la inflación metálica, de la plata.
Fue, sin embargo un presidente Demócrata de los EEUU, el Presidente Cleveland, quien hacia fines de los 1880s vetó una decisión del Congreso de dar una pequeña suma – alrededor de u$s 10.000 – para ayudar a una comunidad que había sufrido un cierto desastre. Y el Presidente Cleveland justificó su veto escribiendo: ‘En tanto es el deber de los ciudadanos mantener al gobierno, no es el deber del gobierno mantener a los ciudadanos’ Esto es algo que cada estadista debería escribir en la pared de su oficina para mostrarle a la gente que llega pidiendo dinero.
Estoy algo avergonzado por la necesidad de simplificar estos problemas. Hay tantos problemas complejos en el sistema monetario, y yo no hubiera escrito volúmenes sobre ellos si fueran tan simples como estoy describiéndolos aquí. Pero los conceptos fundamentales son precisamente éstos: si incrementa la cantidad de moneda, provoca la reducción del poder de compra de la unidad monetaria. Esto es lo que no le gusta a la gente cuyos asuntos privados son desfavorablemente afectados. La gente que no se beneficia de la inflación, es la gente que se queja.
Si la inflación es perjudicial, y la gente se da cuenta de ello, ¿por qué se ha convertido casi en una forma de vida en todos los países? Aún algunos de los más ricos países sufren esta enfermedad. Los EEUU son, en la actualidad, el más rico país del mundo, con el más alto nivel de vida. Cuando se viaja por los EEUU, se descubre que hay una constante conversación sobre la inflación y la necesidad de detenerla. Pero solamente hablan, no actúan.
Para darles solamente algunos hechos: después de la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña retornó a la paridad de la libra en oro que tenía antes de la guerra. Esto es, revaluó la libra hacia arriba. Esto incrementó el poder de compra de los salarios de todos los trabajadores. En un mercado libre, sin trabas, el salario nominal en dinero debería haber caído para compensar esto, y el salario real de los trabajadores no habría sufrido.
No nos da el tiempo aquí para discutir las razones de este aserto. Pero los sindicatos en Gran Bretaña no estaban deseosos de aceptar un ajuste hacia abajo de los niveles en dinero de los salarios en razón del aumento del poder de compra. En consecuencia, los salarios reales aumentaron considerablemente por estas medidas monetarias. Esta fue una seria catástrofe para Gran Bretaña, ya que este país es predominantemente un país industrial, que debe importar sus materias primas, productos a medio elaborar y alimentos para poder vivir, y tiene que exportar productos manufacturados para poder pagar dichas importaciones. Con el incremento del valor internacional de la libra, los precios de las mercaderías británicas crecieron en los mercados extranjeros y las ventas y exportaciones declinaron. Gran Bretaña, en efecto, había establecido sus precios fuera del mercado mundial.
Los sindicatos no podían ser derrotados. Todos conocen el poder de un sindicato en la actualidad. Tiene el derecho, prácticamente el privilegio, de recurrir a la violencia. Y una orden del sindicato es, por lo tanto, digamos no menos importante que un decreto gubernamental. El decreto del gobierno es una orden para cuyo cumplimiento se encuentra disponible el aparato estatal, la policía. Deben obedecerse los decretos del gobierno, de lo contrario se tendrán dificultades con la policía. Lamentablemente, tenemos hoy – en casi todos los países del mundo – un segundo poder que tiene la posibilidad de ejercitar la fuerza: los sindicatos obreros. Los sindicatos establecen salarios y luego hacen una huelga para ponerlos en práctica en la misma manera en que el gobierno puede decretar un nivel de salario mínimo. No discutiré ahora la cuestión de los sindicatos, lo haré después. Sólo deseo dejar establecido que es la política de los sindicatos incrementar los salarios a niveles por encima de los niveles que tendrían en un mercado libre, sin trabas. Como resultado, una parte considerable de la potencial fuerza laboral puede ser empleada solamente por gente o industrias que estén dispuestas a sufrir pérdidas. Y, dado que los negocios no pueden mantenerse sufriendo pérdidas, cierran sus puertas y los empleados se convierten en desempleados. El establecer niveles de salarios por arriba del nivel que tendrían en un mercado libre y sin trabas resulta siempre en el desempleo de una parte considerable de la potencial fuerza laboral.
En Gran Bretaña, el resultado de los altos niveles de salarios, forzados por los sindicatos, fue un perdurable desempleo, prolongado año tras año. Millones de trabajadores estaban sin empleo, los volúmenes de producción caían. Inclusive los expertos estaban perplejos.
En esta situación el gobierno Británico tomó una decisión que consideró una medida indispensable, de emergencia: devaluó su moneda.
El resultado fue que el poder de compra de los salarios en dinero, sobre los cuales los sindicatos habían insistido, no era más el mismo. Los salarios reales, los salarios medidos en bienes, quedaron reducidos. Ahora al trabajador no le era posible comprar todo lo que le había sido posible comprar antes, aún cuando el salario nominal permanecía en el mismo nivel. De esta manera, se pensó, los salarios reales retornarían a los niveles de un mercado libre y el desempleo desaparecería.
Esta medida – la devaluación – por otros países como Francia, Holanda y Bélgica. Un país, inclusive, recurrió a esta medida dos veces en el período de un año y medio. Ese país era Checoslovaquia. Era un método subrepticio, digamos, para frustrar el poder de los sindicatos. Pero, sin embargo, no podría llamársele un éxito real.
Pocos años después, la gente, los trabajadores, aún los sindicatos, comenzaron a entender lo que estaba sucediendo. Llegaron a entender que la devaluación de la moneda había reducido sus salarios reales. Los sindicatos tenían el poder para oponerse a esto.
En muchos países insertaron una cláusula en los contratos laborales en el sentido que los salarios en dinero deben incrementarse automáticamente con el incremento registrado en los precios. A esto se lo denomina indexación. Los sindicatos se hicieron conscientes de los índices. Y así, este método de reducir el desempleo, que el gobierno de Gran Bretaña comenzó en 1931, y que fue luego adoptado por casi todos los gobiernos importantes, éste método de ‘resolver el desempleo’ hoy ya no funciona.
En 1936, en su Teoría General de Empleo, Interés y Dinero, Lord Keynes lamentablemente elevó este método – las medidas de emergencia del período entre 1929 y 1933 – a la categoría de principio, de un fundamental sistema de política. Y lo justificó, en efecto, diciendo: ‘El desempleo es malo. Si desea que el desempleo desaparezca, debe incrementar la cantidad de moneda’ Entendía muy bien que los niveles de los salarios pueden ser demasiado altos para el mercado, esto es, demasiado altos para hacer rentable a un empleador incrementar su fuerza laboral, por lo tanto demasiado altos desde el punto de vista del total de la población laboral, dado que con niveles de salarios por arriba del nivel de mercado impuestos por los sindicatos, solamente una parte de los que están ansiosos por ganar un sueldo, puedan obtener un trabajo.
Y Keynes, en efecto, dijo: ‘Ciertamente, el desempleo masivo, prolongado año tras año, es una muy insatisfactoria condición’ Pero en vez de sugerir que los niveles de los salarios podían y debían ser ajustados a las condiciones del mercado, en realidad dijo: ‘Si uno devalúa la moneda y los trabajadores no son suficientemente inteligentes para darse cuenta, no ofrecerán resistencia contra una caída en los niveles de los salarios reales, en tanto los niveles de salarios nominales permanezcan iguales’ En otras palabras, Lord Keynes decía que si una persona obtiene hoy el mismo monto en libras esterlinas que el que obtenía antes que la moneda fuera devaluada, no se daría cuenta que, de hecho, ahora está obteniendo menos.
En lenguaje un poco chapado a la antigua, Keynes proponía engañar a los trabajadores.
En vez de declarar abiertamente que los niveles de los salarios deben ser ajustados a las condiciones del mercado – porque, si no lo son, una parte de la fuerza laboral inevitablemente quedará desocupada – dijo en efecto: ‘El ‘pleno empleo’ sólo puede alcanzarse si tiene inflación. Engañe a los trabajadores’ El aspecto más interesante, sin embargo, es que cuando la Teoría General fue publicada, ya no era posible engañar, pues la gente se había vuelto consciente de los índices. Pero permanecía el objetivo de ‘pleno empleo’. ¿Qué significa ‘pleno empleo’? Tiene que ver con un mercado libre y sin trabas, que no sea manipulado por los sindicatos o por el gobierno. En este tipo de mercado, el nivel de salario para cada tipo de tarea tiende a llegar a un punto en el cual todo aquel que desea un trabajo puede obtenerlo y cada empleador puede contratar tantos trabajadores como necesite. Si hay un incremento en la demanda de trabajadores, el nivel de salarios tenderá a ser más alto, y si se necesitan menos trabajadores, el nivel del salario tenderá a caer.
El único método por el cual puede obtenerse una situación de ‘pleno empleo’ es a través del mantenimiento de un mercado laboral libre, sin trabas. Esto es válido tanto para todo tipo de trabajo como para todo tipo de mercadería.
Qué hace un empresario que desea vender cierta mercadería por cinco dólares la unidad? Cuando no puede venderla a ese precio, el término técnico de negocios en los EEUU es ‘el inventario no se mueve’ Pero debe moverse. No puede retener mercaderías porque debe comprar algo nuevo ya que la moda está cambiando. Entonces vende a un precio más bajo. Si no puede vender la mercadería por cinco dólares, debe venderla por cuatro. Si no puede venderla por cuatro, debe venderla por tres. No tiene otra alternativa en tanto permanezca en el negocio. Puede que sufra pérdidas pero estas pérdidas se deben al hecho que su previsión del mercado para su producto, era errónea.
Lo mismo sucede con miles y miles de jóvenes que cada día vienen de los distritos rurales y llegan a las ciudades con el ánimo de ganar dinero. Así sucede en todas las naciones industriales. En los EEUU vienen a la ciudad con la idea de ganar, digamos, cien dólares a la semana. Así, si un hombre no puede conseguir un trabajo por cien dólares a la semana, debe tratar de obtener un trabajo por noventa u ochenta dólares a la semana, o aún menos. Pero si dijera – como los sindicatos dicen – ‘cien dólares a la semana o nada’ probablemente permanezca desempleado. (A muchos no les preocupa estar desempleados dado que el gobierno les paga beneficios por desempleo – que salen de gravámenes especiales impuestos a los empleadores – que son a veces casi tan altos como los salarios que el hombre recibiría si estuviera empleado) Dado que un cierto grupo de gente cree que el ‘pleno empleo’ puede ser alcanzado solamente con inflación, la inflación es tolerada en los EEUU. Pero la gente empieza a discutir esta cuestión: deberíamos tener una moneda sólida con desempleo o inflación con ‘pleno empleo’? Este es – de hecho – un análisis malicioso.
Para enfrentar este problema debemos hacernos esta pregunta: ¿cómo puede uno mejorar la condición de los trabajadores y de todos los otros grupos de la población? La respuesta es: a través del mantenimiento de un mercado laboral libre, sin trabas y así alcanzar el ‘pleno empleo’. Nuestro dilema es, ¿será el mercado que determine el nivel de los salarios o serán determinados por la presión y la compulsión de los sindicatos? El dilema no es, ¿‘tendremos inflación o desempleo’? Este equivocado análisis del problema es usado como argumento en Inglaterra, en los países industrializados de Europa y aún en los EEUU. Y alguna gente dice: ‘Veamos, aún los EEUU están produciendo inflación. ¿Por qué no podemos también nosotros hacerlo’? A esta gente, antes que nada, debería responderle: ‘Uno de los privilegios del hombre rico es que puede permitirse el lujo de ser tonto por más tiempo que el hombre pobre’ Y esta es la situación en los EEUU. La política financiera de los EEUU es muy mala y se está volviendo peor. Quizás los EEUU pueden darse el lujo de ser tontos por un poco más de tiempo que otros países.
La cosa más importante para recordar es que la inflación no es un acto de Dios; la inflación no es una catástrofe de la naturaleza ni una enfermedad que llega como una plaga. La inflación es una política – una política deliberada de la gente que recurre a la inflación porque consideran que es un mal menor que el desempleo. Pero el hecho es que, en el no muy largo plazo, la inflación no cura el desempleo.
La inflación es una política. Y una política puede ser cambiada. Por lo tanto no hay razón alguna para rendirnos ante la inflación. Si uno considera que la inflación es un mal uno tiene que parar de provocarla. Se debe balancear el presupuesto del gobierno. Desde luego, la opinión pública debe dar soporte a esta acción; los intelectuales deben ayudar a la gente a entender el problema. Si se obtiene el soporte de la opinión pública, desde ya que es posible – para los representantes elegidos por el pueblo – abandonar las políticas inflacionarias. Debemos recordar que en el largo plazo puede que estemos todos muertos, y ciertamente lo estaremos. Pero debemos arreglar nuestros asuntos terrenales – para el corto plazo en que nos toca vivir – de la mejor manera posible. Y una de las medidas necesarias para ese objetivo es abandonar las políticas inflacionarias.